Butterfly, la excelencia

Debo confesar que fui con mucho escepticismo y flojera a ver en Bellas Artes la enésima puesta de Madama Butterfly (1904), la popular ópera de Puccini (1858-1924) que, después de su fracaso inicial, ha triunfado en todas las salas donde se ha presentado. Pese al previo hartazgo, salí recompensado, porque esta es una de las mejores Butterflys que recuerdo.
El éxito se debe a un buen trabajo de conjunto, dominado por la dirección escénica y escenográfica de Juliana Faesler, y la concertadora del búlgaro Ivan Anguélov. Con rigor, economía y gran sentido del teatro, Juliana Faesler movió sus piezas en la escena y nos conmovió con buenos momentos de tensión. Su escenografía, vestuario, iluminación y dirección de actores —de ella y su equipo— fueron de un gusto exquisito. Sorprendió al público conocedor con el inesperado final: el suicidio de un viejo Pinkerton. El fondo escenográfico eran vigas multicolores —doradas la mayor parte— que surgían de un sólo punto y se disparaban como rayos solares, sugiriendo, con elegancia, la tierra del sol naciente. Ivan Anguélov —ya conocido y admirado en México, particularmente por su brillantísima Condenación de Fausto en la sala Nezahualcóyotl— hizo una lectura, no sólo eficiente, sino intensa, de la obra de Puccini, y la orquesta le respondió con disciplina, fuerza y musicalidad. Es el tipo de director que esta orquesta necesita.
El elenco sobrepasó nuestras expectativas, particularmente Violeta Dávalos, en el rol protagónico. La Cio Cio San de Puccini debe, no sólo cantar lindas melodías, sino expresar en sus recitativos un drama interior: su paso de adolescente a mujer, a amante y madre traicionada. Exquisitamente maquillada y vestida y, sobre todo, dirigida por Faesler y Anguélov, Violeta Dávalos estuvo estupenda de principio a fin, cubriendo muy bien sus agudos algo estridentes, logrando sugerir el paso de la niña de quince años a la madre traicionada de dieciocho, y representando, con absoluta convicción y elegancia en sus movimientos, a una muchacha japonesa. Sin duda alguna, la parte más bella de la obra es el dúo de amor con Pinkerton en el primer acto, y su participación en él fue ejemplar. José Ortega, un tenor de buenos recursos vocales, hizo un Pinkerton creíble, quizá falto de seducción y carisma. La mezzo Guadalupe Paz fue una digna Suzuki, correcta en sus recitativos y con la delicadeza debida en su dúo con Cio Cio San. Jesús Suaste, irreprochable, como siempre, esta vez como Sharpless, el cónsul, encargado de pasar a la ingenua Butterfly las malas noticias. Su voz discurre aún poderosa y joven y, como actor, comprende, como pocos en México, a sus personajes. Bien los barítonos comprimarios Gerardo Reynoso como Goro y, sobre todo, Óscar Velázquez como el tío Bonzo, al que hizo temible en su breve intervención.
Lo único malo: al parecer, los boletos están agotados para todas las funciones.

Vladimiro Rivas Iturralde. Milenio Diario, 21 de septiembre, 2011.